UNA HISTORIA REAL DE AMOR VERDADERO / CUANDO LO MIRES SABRÁS COMO..

sábado, 24 de enero de 2015




Mis abuelos estuvieron casados por más de medio siglo. Desde que se conocieron, jugaron un juego especial. La meta de su juego era escribir la palabra “tactec” en un lugar inesperado para que el otro la encontrara. Tomaban turnos dejando la palabra “tactec” por toda la casa, y tan pronto como uno la encontraba, era su turno de esconderla para que la encontrara el otro. Con los dedos, grababan la palabra en harina o azúcar que se encontraba en recipientes para que la encontrara el que prepararía la siguiente comida. La escribían e la humedad que cubría los vidrios de las ventanas que daban al patio donde mi abuela nos daba el pudín con colorante azul que ella misma preparaba. Escribían la palabra en el espejo del baño, donde aparecía después con la humedad de cada baño caliente. Una vez, mi abuela desenrolló un rollo completo de papel higiénico y escondió la palabra al final. La palabra “tactec” aparecía por todos lados. Notitas escritas apresuradamente aparecían en el tablero o el asiento del automóvil, o se encontraban pegadas con cinta en el volante. Las notas se escondían dentro de zapatos o debajo de almohadas. Se escribía “tactec” en el polvo de la repisa o en las cenizas de la chimenea. Esa misteriosa palabra formaba parte de la casa de mis abuelos al igual que sus muebles. Me llevó mucho tiempo apreciar completamente el juego de mis abuelos. El escepticismo me ha impedido creer en el amor verdadero, el amor que es puro y que perdura. Sin embargo, jamás tuve dudas de la relación de mis abuelos. Para ellos el amor no tenía secretos. Era más que sus pequeños juegos de coqueteo, era su modo de vida. Su relación estaba basada en una devoción y afecto apasionado que no todo el mundo experimenta. Siempre que podían, mi abuela y mi abuelo se tomaban de las manos. Se robaban besos cada vez que se tropezaban en su pequeña cocina. Al hablar, uno terminaba las frases del otro y compartían el crucigrama y el acertijo diario del periódico. Mi abuela me susurraba al oído lo guapo que era mi abuelo, que se había convertido en un anciano muy apuesto. Hacía alardes de que ella había sabido “elegir”. Antes de cada comida, inclinaban la cabeza y oraban, maravillados por sus bendiciones: una familia maravillosa, prosperidad, y el tenerse el uno al otro. Pero había una nube oscura en la vida de mis abuelos: mi abuela tenía cáncer del seno. La enfermedad le había aparecido hacia diez años. Como siempre, mi abuelo estuvo a su lado cada paso del camino. La confortaba en su dormitorio amarillo, que había sido pintado de ese color para que ella pudiera siempre estar rodeada de la luz del sol, aun cuando estaba muy enferma para salir afuera. Ahora el cáncer estaba otra vez atacándole el cuerpo. Con la ayuda de un bastón y la mano firme de mi abuelo, iba con él a la iglesia todos los domingos. Pero mi abuela se fue poniendo más débil hasta que finalmente no pudo salir de la casa. Por un tiempo, mi abuelo iba a la iglesia solo, orándole a Dios que cuidara a su esposa. Entonces, un día, lo tan temido sucedió. Mi abuela falleció. “TACTEC”. Estaba pintado en amarillo en las cintas rosadas del arreglo floral del funeral de mi abuela. Cuando la gente comenzaba a salir, mis tías, mis tíos, mis primos y otros miembros de la familia pasaron adelante y se reunieron por última vez alrededor de mi abuela. Mi abuelo se paró al lado del ataúd, y tomando aire, comenzó a cantarle a mi abuela. A través de su dolor y lágrimas, surgió la canción, cantada con una voz profunda y un poco ronca: era una canción de cuna. Temblando, abatida por mi propio dolor, jamas olvidaré ese momento. Porque supe que, aunque no podía siguiera imaginar la profundidad de su amor, sí tuve el privilegio de ser testigo de su belleza sin par.
 
   
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